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La cultura del piropo

  • Foto del escritor: MediCom
    MediCom
  • 29 abr 2021
  • 2 Min. de lectura

“¡Cht cht! ¿De qué juguetería te saliste muñeca?” “¡Nena! ¿La acompaño o la persigo?” “Ya quisiera ser maestro de tercero, para pasarte al cuarto.” ¿Te incomoda leerlo? Pues imagínate escucharlo. Resulta inimaginable ¿verdad? Ya verás tú, que no es tan inconcebible, en realidad es el día a día de millones de mujeres. Los piropos, eso que autores como Quevedo y Calderón utilizaron como metáfora para estrofas de poesía y valoración, y cuyo significado ha sido ultrajado durante décadas hasta llegar a convertirse en lo que es hoy en día: acoso. Pero ¿sabes cuál es la peor parte? Que, por haber sido aceptados en un pasado de la boca de algún poeta, ahora se considera normal cualquier lisonja y barbarie que bramen por la calle.


En algún momento de nuestra vida todos hemos sido víctimas o testigos del acoso verbal callejero. Y es que Latinoamérica es una de las regiones con un mayor índice de acoso callejero y este tipo específico de acoso se considera bastante normal y cotidiano. Todos hemos escuchado un piropo, a una gran parte de la población le causa gracia, otra gran parte los considera inadecuados.


Describir lo que se siente recibir un piropo es una tarea casi inasequible, pues es una mezcla de enojo, indignación, inconformidad, pero, sobre todo, miedo e inseguridad. ¿Quién nos asegura que este tan normalizado acoso no desencadenará en algo mayor? ¿Quién asevera que el tipo que nos grita sus insinuaciones no cumplirá con lo que dice que hará o desea hacer?


Las mujeres en cada rincón del país están expuestas a ser víctimas del acoso verbal callejero. Este tipo de acoso es tan común y está tan normalizado en nuestra cultura que se pueden evidenciar en el día a día de las mujeres guatemaltecas. Un estudio realizado por el Observatorio Contra el Acoso Callejero de Guatemala, en junio de 2016, devolvió una data tremendamente preocupante: 92.4% de las personas encuestadas han sido víctimas de acoso callejero, y un 7.6% han sido testigos de un incidente de acoso, además de que la mayor parte de las personas sufren su primera experiencia de acoso entre los 11 y 18 años.


“…Al pasar por una obra en construcción donde trabaja un grupo de hombres escucha que le gritan desde las alturas… Turbada y avergonzada, mira con disimulo a los transeúntes indiferentes. Se siente desnuda, en carne viva. Siente miedo, mucho miedo” Sentimos miedo, cuando sus murmullos nos asaltan, las piernas nos tiemblan, el miedo nos invade, muchas se petrifican, otras corren tratando de escapar, pero por su puesto, la gran mayoría teme que su nombre sea solo uno más de la lista de quienes ya no regresan. Por favor, amigo, por favor entiende, nadie te ha pedido tu opinión, no la necesitamos, no es productiva.


Así que te pido: mantén tus comentarios para ti mismo, respétame, no me incomodes ni me hagas sentir como una presa. A todos los demás les pido que no seamos parte pasiva del problema, no normalicemos estas acciones y no hagamos de este problema algo mayor, haciéndolo algo cotidiano.


Escrito por: Luisa Fernández.

 
 
 

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